lunes, 30 de junio de 2014

Naufragios (III)

Volveré a dormir cuando te alejes de mí, cuando despegues tus huellas dactilares de las paredes de mis huecos y tu saliva deje de caer en cascada por mis precipicios más abruptos, cuando se desvanezca el eco del borboteo de tus besos y el aroma del flanco izquierdo de tu cuello se confunda con el resto de prosaicos olores de este mundo, cuando me dejes sola e indefensa, abandonada a la deriva de este mar helado, plagado de tornados, en el que es imposible flotar sin amputar alguno de tus miembros. Sólo entonces cerraré los ojos y, como todos los seguidores de Calderón, fingiré que la vida es sueño, en lugar de pesadilla, que nada de lo que me rodea es cierto, que tu ausencia es tan sólo una sombra proyectada en la pared por un cinematógrafo que se está quedando sin película y tu recuerdo una picadura de mosquito, que es mejor no rascar, por más que pique. Todo es lento, aunque nunca se detenga el movimiento.

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