domingo, 18 de mayo de 2014

Heridas (XII)

Tan cerca y tan lejos del desastre, acariciando el filo de la navaja hasta cortarte, convencido de que, para olvidar el escozor de una herida, sólo hay que aplicar una buena cantidad de desinfectante. Estoy cansada de ayudarte a levantarte. Poco parecen importarte las escamas que se desprenden de mi piel hasta rasgarme. Bajo tus pies, crujen mis pedazos, pero el silencio es el único eco de mis gritos y tú eres sordo al sonido del vacío. Tu pasado es una patada en la entrepierna. Mi futuro un poema emborronado por la lluvia. Las fuentes se quiebran bajo el peso de los colosos que no forman parte de la mitología griega. Sólo un gigante llora sin derramar una lágrima. Me gustaría poder decir que comparto su dolor, pero no es cierto. Por más que lo intente, nunca lograré adivinar el número exacto de astillas que se han clavado en tus sueños. Por más que trate de convencerme de lo contrario, nadie podrá extirpar los dardos que acertaron en la cerradura de mis labios. Son tus lamentos mis suspiros. Deja que los filólogos malgasten sus vidas pensando que pueden pescar una frase coherente en este embravecido mar de letras sin sentido.

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