jueves, 9 de octubre de 2014

Monstruos (V)

Tus garras tratan de atraparme, pero, como el agua, me escurro entre tus zarpas. Hasta ayer. Ayer lograste arañar mi piel, rasgar mi carne, derramar mi sangre. No fue una herida mortal. No podía serlo. Hay muchas más probabilidades de que yo acabe contigo que de que tú termines conmigo. Tres surcos abiertos laceran mi espalda. Un reguero rojo subraya mi huida. Siempre corro más que tú, porque tú no tienes piernas, tú eres un monstruo sin extremidades inferiores que, para caminar, necesita apoyarse en súbditos ciegos y mudos, siempre dispuestos a dejarse aplastar por el peso de tu mastodóntica necedad y exacerbada soberbia. Tus fauces abiertas muerden el aire que agito al alejarme de tu esfera de poder. No me asustan los monstruos. Sé de lo que son capaces y también de lo que no. Se alimentan del miedo de los que no creen en la magia de las hadas, pero yo sé que una casa de Kansas puede aplastar a la bruja más malvada y que un hacha basta para que un siervo corte sus propias cadenas. Ruges en la distancia, mientras tus esclavos caminan en la dirección equivocada. Si ignoran la forma de escapar de ti no pueden conocer la manera de llegar a mí.

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