miércoles, 5 de marzo de 2014

Penitencia (I)

Estamos condenados a encontrarnos. Estamos destinados a evitarnos. Dos fuerzas de sentido contrario e idéntica intensidad. Atracción. Repulsión. Combustión. Eyección. Recuerdos. Recuerdos inciertos e imprecisos, pues el transcurso del tiempo emborrona la verdad y diluye la certeza. Miedos. Miedos que muerden la garganta y desarticulan los labios. Tú finges un Alzheimer que no tienes. Yo me escudo tras un Asperger que no sufro. Nos miramos. Nos callamos. Nos alejamos. Como si nada hubiera pasado. Como si nuestra historia hubiera terminado. Fumo. Consumo el humo que exudo, los pocos minutos que no me roban los hombres grises y pienso. Pienso en el desierto y pienso en el destierro. Y sueño. Sueño que no es cierto, que no me da alergia el olor a muerto, que ninguno de los que me rodean está tuerto. Ando. Ando enhiesta y envarada, para que nadie sea consciente de este fardo que transporto y que concavea mis hombros. Una cuerda que se suelta se convierte en la liana de un Tarzán que jamás compitió en las Olimpiadas. Ningún grito cruza la jungla. Los animales salvajes ya no rugen. Las ramas quebradas ya no crujen. Sólo las parejas mugen.

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