domingo, 23 de marzo de 2014

Daniel (I)

Los ojos claros esconden almas turbias. Las sonrisas francas bloquean el acceso a la esencia del ser que las reparte. El sol que entra por la ventana sólo acentúa la intensidad de nuestras sombras. Un dedo bíblico tatúa la pared en blanco con los pecados anónimos que aún no han recibido su castigo. Los leones rugen en el foso, pero pensamos que, como Daniel, escaparemos indemnes de sus fauces. Los ojos oscuros no siempre ocultan espíritus puros. Ya no quedan santos en la Tierra y los del cielo hace tiempo que se convirtieron en ángeles o en demonios. Cuando suenan los disparos, tanto las palomas como los cuervos levantan el vuelo asustados.

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