jueves, 11 de julio de 2013

Como siempre, al final, todos mueren

Este amor no existe. Es sólo el eco de un amor que surgió en un universo paralelo. El estruendo provocado por la explosión que le dio origen viajó a través del tiempo y del espacio, desafiando todas las leyes de la física, acortando la distancia y desordenando el concepto lineal de la sucesión de las noches y los días. Finalmente, llegó hasta aquí, hasta este mundo perdido en el que aún habitan dinosaurios de cuello largo y patas como troncos, enormes, pesados, lentos, jurásicos, desfasados y desubicados. Ellos no lo oyeron, porque sus oídos no han evolucionado lo suficiente como para captar la insondable musicalidad de los lamentos de los protagonistas de las tragedias shakesperianas. Pero nosotros, pequeños parásitos unicelulares, siempre atentos a las señales del destino, escuchamos la potencia del Big Bang, dejándonos envolver por la cadencia de su poética imposibilidad y, narcotizados por sus rítmicos acordes, creemos ser los protagonistas de este drama, en lugar de sus espectadores. Poco importa el orden de los factores. Como siempre, al final, todos mueren.