miércoles, 13 de mayo de 2015

El Resucitado


Duermes y tu pacífica imagen levita omnipotente sobre la fragilidad de mi agitado sueño. Respiras. Callo. La noche ronca una nana de desgracias que nadie se atreve a profetizar. Todos tus monstruos yacen ahora sobre mi almohada, narcotizados por el Lormatezapam que flota en todas y cada una de mis lágrimas. Les dije que no bebieran, pero no me hicieron caso. Tampoco tú escuchaste mi advertencia. ¿Cómo descansar mientras el viento ruge y el cielo escupe gotas de sangre sobre mi piel? Tratamos de atrapar la aurora en las palmas de nuestras zurdas manos desobedientes, pero el sol abrasó nuestras huellas dactilares, borrando la identidad de nuestros etéreos cuerpos anónimos. Yo no quiero que recompongas los pedazos, ni que selles con tus besos esta herida que supura alquitrán y cucarachas orientales. Yo quiero vaciarme entera, vomitar todos mis demonios, regurgitar el dolor que ahora oprime mis pulmones. Yo quiero asesinar al miedo, aún sabiendo que, cuando el miedo muera, yo también falleceré. Es la única forma de que despiertes y arañes toda la tierra que ahora sepulta mi recuerdo, hasta rescatar mi memoria de las fauces del olvido, hasta resucitar el amor que crucificaron sus mentiras. Callas y yo respiro, mi corazón palpitando entre tus dientes, mientras masticas esta madrugada de azabache y hormigas como puños.

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