El drama sigue ahí. Esa visión nocturna que distingue nítidas formas donde la mayoría sólo ve sombras. La certeza de la inminencia del desastre. El aullido del lobo que precede a la primera trompeta que anuncia el apocalipsis. Y, sin embargo, ya no hay angustia. Sólo fe en que lo que tenga que ser será y será, además, mucho mejor que todo aquello que podría haber sido. Camino descalza, sin miedo a herirme o a ensuciarme los pies. Todo es tan fácil ahora que he soltado las riendas... Y, sin embargo, sigue habiendo una voluntad que ordena, sólo que ya no finjo que sea mía. Escucho el susurro que se esconde tras cada esquina que aún no he torcido y obedezco a lo que prescribe, porque sé que cuando no sigo sus órdenes algo importante se quiebra en el tapiz de mi existencia. Estas palabras, por ejemplo, no son mías ni fruto del alcohol que intoxica mis venas. Son Suyas y del viento que enreda mi pelo las noches de luna llena. Ya no resisto sus embates. Necesito cerrar heridas, dejar que fluya la vida y permitir que una parte de mí muera cada día para resucitar al día siguiente de mis cenizas. ¿Lo oyes? No hay peor sordo que el que sólo atiende a lo que perciben sus oídos.