martes, 28 de abril de 2009

Sonia

Sonia se enamora 4581 veces al día y se desenamora en 25479 ocasiones por minuto. Y, aunque las matemáticas del amor nunca le cuadren, sigue empeñada en estudiar física cuántica para comprender las interrelaciones existentes entre las mínimas partículas que conforman el núcleo de sus traviesos átomos. La Mecánica nunca logró cautivarla: demasiadas predicciones supuestamente infalibles incapaces de predecir los movimientos más sencillos, las traslaciones erráticas de cuerpos oscilantes, los choques inesperados de accidentes siderales. Al fin y al cabo, la cosa no funciona cuando las excepciones a la regla general se convierten en dicha regla. Y, de repente, perdido ya todo resquicio de su pretendida fe inquebrantable en las clásicas ciencias empíricas se topa casualmente con el principio de incertidumbre como amo y señor de la Cuántica y decide adentrarse en la incomprensibilidad del mundo nuclear, con la vaga esperanza de que algún día atisbará una explicación lógica del mecanismo de la bomba atómica que explota en su interior justo un segundo antes de dar las dos.

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