miércoles, 9 de febrero de 2011

Habitación en Roma



A lo largo de la historia, la línea que separa lo erótico de lo pornográfico ha sido siempre muy delgada y sumamente cambiante. Hace un par de siglos mostrar los tobillos en público era propio de las meretrices más concupiscentes, mientras que hoy día el no hacerlo es un claro signo de represión sexual. No voy a entrar a dirimir si "Habitación en Roma" es o no una película pornográfica (no existe ningún primer plano de los genitales de sus dos protagonistas, por lo que entiendo que el film no puede ser calificado con tan deleznable adjetivo), sino que me ceñiré a explicar por qué considero que el último trabajo de Julio Medem no puede ser calificado como arte. Y es que, cuando fallan tanto la forma como el contenido, no puede hablarse de CINE, sino de otra cosa. La premisa inicial podría resultar prometedora: una española y una rusa coinciden casualmente en Roma. La primera, lesbiana salida hace mucho del armario, conquista a la segunda, confesa heterosexual, y la convence para que suba a su habitación de hotel. Ésta no es la primera ni la última película en la que se exploran las posibilidades de un flechazo repentino y casi mortal entre dos extraños que deberán separarse a la mañana siguiente (sin ir más lejos, véase "Antes del amanecer"), pero el director vasco no sabe o no puede desarrollar la historia y se limita a ofrecer cuarto y mitad de Elena Anaya y Natasha Yarovenko, enlazando las diversas escenas de cama con diálogos que pretenden ser originales e intelectuales, pero que acaban resultando banales y artificiales, cuando no pedantes. Si a esto le añadimos el hecho de que las dos actrices son incapaces de fingir mínimamente una irrefrenable atracción lésbica entre ambas, el resultado es una película carente de ritmo e interés, que sólo podrá entretener a los admiradores de ambas beldades, pero nunca a quien se siente en la butaca esperando a que le cuenten algo. El resumen de lo narrado es bien simple: Alba se camela a Natasha y follan en la habitación de hotel de la primera, luego mantienen una estúpida conversación y vuelven a follar, nueva conversación estúpida y nuevo polvo y así una y otra vez durante la algo más de hora y media que dura el film. No obstante, hay que reconocerle cierto mérito a Medem y es que pocos saben rodar las escenas de cama con la maestría de este director. Ahora bien, si dichas escenas no se insertan dentro de un contexto creíble y atrayente por sí mismo, rodar una película que no sea pornográfica carece de sentido. Como también carece de sentido que la Academia nomine al Goya como mejor actriz a la siempre sobreactuada Elena Anaya. Tampoco supone ninguna revelación, a pesar de su nominación, el debut de Natasha Yarovenko, más preocupada por aparecer guapa en pantalla que por interpretar correctamente su papel. Aunque lo que ya me parece de traca y de todo punto inexplicable es que los académicos se entretengan en nominar como mejor guión adaptado la sarta de pedanterías supuestamente románticas que tratan de convertir en epopeya amorosa lo que sólo es un terrenal encuentro sexual. Nos encontramos muy lejos de la poesía literaria y visual de "Los amantes del Círculo Polar" y sólo las canciones de Russian Red aportan el romanticismo melancólico preciso para poder plantearnos la posibilidad de que estemos hablando de amor y no de sexo. Desgraciadamente, sólo la banda sonora resulta poética en una película más propia de una sala X que de la Gala de los Goya.

1 comentario:

Morena dijo...

odio las tetas y los culos en las películas, no puedo con ellas, sobre todo en las españolas, no puedo y no puedo