lunes, 10 de octubre de 2011

El imperio del sol

Ya no estás arrepentida de tu ataque suicida. No fue un desperdicio toda la saliva tirada por la borda. Salpicó a quien nunca se mojó. Ensució a quien nunca se manchó. Ahogó a quien siempre nadó sin flotador. Aún así, casi te mató. Tu propia saliva, casi te ahorcó. Pero el luchador te salvó, de ti misma y del leñador que siempre corta por la mitad a quien osa alzar la voz. Sus puños vencieron al hacha. Sus manos estrangularon la garganta del opresor y nadie defendió la memoria del dictador. Liberados del yugo aniquilador, tú y él de la mano desfilasteis por el corredor. Se escuchó un himno glorificador del día en el que todos vieron con horror cómo la piel puede más que las amenazas de acero, la pólvora y el terror. Lástima que sólo tú y él os atrevierais a mirar directamente al sol. Los demás nunca se decidieron a comprobar hasta dónde puede llegar un corazón henchido de valor y dispuesto a soportar todo tipo de dolor.

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