viernes, 5 de abril de 2013

Salvajes (I)

Silencio. Paz. Calma. Ni los muertos gimen ya. Es sólo un segundo. Un remanso que se desbocará en cuanto abras los ojos. Por eso disfrutas tanto de él, por su irrepetibilidad, por su inaprehensibilidad, por su volatilidad. Como el humo, ascenderá hasta los cielos y se diluirá entre las nubes en las que duermen tus sueños pendientes de realización. Duele. Lo sé. Lo sabes. Por eso aprietas los párpados, estrangulando tu última esperanza de ser libre, feliz, completo. Un bocinazo te despierta. Arrancas el coche y atropellas los últimos pedazos de humanidad que te quedan. Te conviertes en una máquina bien engranada y engrasada, en un autómata programado para producir y descansar, sin sentir ni pensar, sin imaginar, sin fantasear. Caen las primeras gotas del diluvio universal. Los robots no saben nadar. Por eso yacen en el fondo del mar. Sólo los salvajes sobrevivirán.

2 comentarios:

Yeamon Kemp dijo...

Es gracioso pensar que en algún momento -puede que incluso quede alguien ahora- temimos a las máquinas. Ay, ilusos.

Me has matado con la palabra "inapreHEnsible". Refleja mucho mejor lo que dice que la más usada "inaprensible".

moonriver dijo...

Para que luego digan que las haches intercaladas son mudas. ;)