martes, 17 de diciembre de 2013

Tabaco (II)

Un camello cabalga sobre tu joroba de dromedario. Aunque no lo admitas, dirige tus pasos y fustiga tus flancos. La imposibilidad de la huida está escrita en tu mirada. Te entregas a su tiranía. Te rindes a su sádica dictadura. Falleces entre sus fauces. Te ahogas en un mar de aire. Juraría que ésta es sólo la última escena de una película que ya vi hace mucho tiempo atrás. Dos historias iguales con distinto final. Esta vez no te lograré salvar. Me siento a contemplar lo que no se puede evitar. La voz de la conciencia ríe sin parar. Mi sordera hereditaria no escucha el discurso del silencio. Huelo el humo de la hoguera en la que se consumen tus pulmones. Una parte de mí también se quema. Es el preludio del incendio que no nos atrevemos a prender. Esta noche sueño que nuestras almas arden en el infierno, pero cuando despierto sólo soy capaz de pensar que es poca la penitencia y mucho el placer derivado del pecado. Tu carga es menos pesada que las toneladas de adioses que quiebran mi espalda. La única ventaja de convertirme en serpiente es adquirir la capacidad de mudar de piel. El problema es que de ti no me podré desprender. Verte así. Verte allí. Blanco y azul. Desinfectante de veinte duros. Mascarilla de la II Guerra Mundial. No me contaminaré. No me contaminarás. La muerte sólo se contagia cuando deseas marchar.

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