martes, 21 de enero de 2014

Lecciones de ontología (I)

Y llegó la niebla y lo envolvió todo, cerrando sus ojos para siempre. Y fue como si él no hubiera existido nunca, aunque puede que eso fuera justo lo que ocurriera, que él jamás hubiera existido, pues ¿cómo existe algo que ha dejado de existir? Y recorrí con esmero mis recuerdos, siguiendo los trazos de su ausencia, creyendo que así encontraría el sendero que me conduciría hasta lo que él fue una vez. Pero, donde él estuvo, no quedaba nada, sólo un vacío imposible de llenar, una foto en la que uno de los protagonistas retratados había sido recortado por una ex mujer furiosa. Y lloré, consciente por primera vez de mi pérdida, que, en realidad, no era mía, sino de él. Lloré como nunca había llorado, con la boca abierta y la respiración entrecortada. Dicen los curas que no debemos lamentarnos por los muertos, que están en un lugar mejor, al lado de Dios, pero yo no me lamentaba por el destino de mi muerto, sino porque ese muerto, que ahora se encontraba al lado de ese Dios acaparador de almas intachables, ya no era mi muerto, sino alguien distinto. Lloraba porque mi muerto había dejado de ser y porque ni siquiera lo que de él guardaba en mi memoria era ya él. Y volví a sentir la nada y el vacío y la ausencia y supe que el tiempo no podría rellenar ese agujero y me pregunté cómo podían los demás seguir caminando, cuando partes de sus vidas habían sido extirpadas de este mundo, sabiendo que ése es también nuestro destino, que, el día menos pensado, el bisturí del Supremo Hacedor rasgará el lazo que nos une a esta tierra de condenados a la hoguera del olvido, librando a la Existencia de ese tumor, a veces maligno, otras benigno, en el que nos convertimos con el transcurso de los años. Y como un cáncer, nuestro cuerpo será arrojado al cubo de basura del quirófano celeste, donde los gusanos terminarán de devorar los restos de la carne que envolvió lo que una vez fuimos. Pero, ¿fuimos realmente alguna vez? ¿O sólo creímos ser? ¿Soy yo la que habla o ese señor de barba blanca que no sabía si soñaba personajes o era él un personaje soñado? Y me pregunto quién soy yo y, sobre todo, si he dejado ya de ser, sin darme cuenta, y comprendo que Descartes estaba equivocado, que la capacidad de pensar no implica la existencia, porque el pensamiento puede ser sólo el eco del grito de alguien que ya no es, como las estrellas muertas cuya luz aún llega hasta nosotros. Y entonces se secan mis lágrimas, pensando que no tiene sentido llorar por alguien que no es y que puede que nunca fuera, cuando es muy posible, además, que yo ni sea ni haya sido. Y comprendo que mi única opción de salvación es terminar de diluirme en estas palabras, que son cualquier cosa menos mías, porque somos los hombres esclavos de las palabras y no al revés y quien no lo comprenda es que nunca ha escrito ni pronunciado una sola sílaba. Pero es cierto. El mundo está lleno de mudos que hablan por los codos y de analfabetos que escriben Biblias que no inspiró ningún Espíritu Santo y mientras esta especie apocalíptica amenaza con poblar la tierra de seres inanimados que se creen con vida, aquellos que aún somos humanos no tenemos más remedio que creernos marcianos, dibujados en un cómic que pronto dejará de ser papel para convertirse en una entelequia electrónica, en algo que tampoco es, ni nunca fue, sino que sólo parece ser. Como tú, como yo, como él. Y sorbiéndome los mocos, continúo andando, toda yo convertida en agujero, amputada de esta foto sin necesidad de que nadie haya blandido unas tijeras. Sólo el dolor existe. Todo lo demás es agua que se escurre entre los dedos y el agua tampoco existe, es sólo la unión de tres moléculas que no vemos, pero en las que tenemos fe, porque apagan nuestra sed.

2 comentarios:

Yeamon Kemp dijo...

Y el enigma ontológico se convirtió en un relato desgarrador y genial.

Últimamente los universos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de tu existencia me parecen fascinantes. Sólo puedo decir gracias por compartirlos.

moonriver dijo...

Muchas gracias a ti por leerlos.

Pero, ya sabes, no es mérito mío. Las palabras de las que soy esclava tienen vida propia y hacen conmigo lo que quieren, no al revés. ;)