domingo, 14 de junio de 2015

El amor

El amor no tiene nada que ver con lo que cuenta ese niñato que se cree Salinger. ¡Salinger! ¡Por Dios Bendito! El muy imbécil piensa que para ser Salinger basta con espolvorear "puto", "gilipollas", "cojones" y "mierda" de manera aleatoria a lo largo de sus edulcorados textos sin alma. Pero NADIE podrá NUNCA parecerse mínimamente a Salinger, porque NADIE quiere ser señalado como culpable de la muerte de Lennon, aunque sepa más que de sobra que no es responsable de la misma. Y ya que estamos, ¿de verdad puede alguien pensar realmente que los psicópatas que matan en nombre de "El guardián entre el centeno" han leído siquiera la primera página del libro? ¡Ah, sí! ¡Se me olvidaba! El mundo está lleno de imbéciles, de idiotas que creen que el amor consiste en adorar a una chica perfecta y en acosarla sin descanso una vez que ella les ha mandado a la mierda, tratando en vano de recuperar una historia que sólo fue maravillosa en la obsesiva e inmadura mente de uno de los protagonistas de la película. Pues no, no es cierto, el amor no es eso, ni la vida está llena de rocambolescas casualidades que te hacen naufragar en los brazos de tu alma gemela, ni todas las canciones de todos los putos discos narran tu insulsa vida de mierda. El amor es algo que no cabe dentro de un papel, por más que los poetas traten de encerrarlo en una jaula de etéreas metáforas radiantes. El amor es algo que oprime el pecho hasta reventarte el esternón, que hace temblar tus piernas hasta provocar tu caída, que electrifica tu columna vertebral hasta cortocircuitar tu cerebro, que anega de lágrimas tu mirada hasta desbordar tus ojos. El amor no tiene lógica, sino que nos encadena a seres imperfectos, que muchas veces nos sacan de quicio, pero por quienes somos capaces de hacer cosas que jamás haríamos por nosotros mismos. El amor nos salva y nos condena, sin que podamos de determinar el motivo o la razón de nuestros heroicos pequeños actos de suicidio. El amor es hacer nuestro el sufrimiento ajeno y celebrar las victorias externas con mucho más entusiasmo que las que nos hemos ganado a pulso en soledad. El amor es un cicatrizante abrazo en el tanatorio, un guiño cuyo significado nadie más entiende, un llanto contagioso, una sonrisa que alegra el corazón de una boca cenicienta, un grito que exterioriza la angustia de otro estómago, un apretón que otorga fuerzas a una mano desfallecida, un suspiro que desobstruye la garganta ajena, un beso que ilumina la más negra oscuridad. El amor nunca aprieta, ni ahoga, ni coarta. El amor hace que nos crezcan alas con las que poder sobrevolar precipicios que creíamos insalvables. El amor es aquello que une a dos personas que la vida se empeña en separar. El amor no es exclusivo, ni excluyente, ni tiene principio, ni tendrá nunca final. El amor es aquello que nos unía antes de conocernos y que nos seguirá atando mucho después de que nos hayamos muerto. El amor no está escrito en las estrellas, ni en las canciones que escuchamos los días en que no para de llover. El amor es una fiera que nos muerde las muñecas regulando los latidos de nuestro destartalado corazón. El amor es esto y no aquello. O puede que no, que el amor no sea nada de lo que he dicho, porque el amor no cabe en un pedazo de papel, por más que nos empeñemos en constreñirlo en metáforas que jamás serán capaces de hacer justicia a su bella imperfección.

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