martes, 21 de marzo de 2017

Heridas (XIV)

Sonámbula. Descalza. Transparente espectro endemoniado. No recuerdo ni la mitad de lo que digo envuelta en la mortaja de unas sábanas distintas de las tuyas. No es el camino el que desgarra, sino la forma en la que nos apuñalamos contra sus piedras. He aullado mi pena en los corredores de los castillos más sombríos, en los bosques donde sólo la luna arroja algo de luz, en las casas que conversan con la crujiente madera abandonada. He tentado la pared, sin estar segura de si sus ladrillos esconden el embrión de un sueño aún sin engendrar o una pesadilla que me estrangulará con saña antes de que consiga despertar del espejismo en el que ahora vago desorientada. He recorrido todos los kilómetros que te empeñaste en tatuar entre nosotros para darme cuenta de que puede que la distancia sea lo único que llegue a acercarnos alguna vez. He crucificado en otros labios cada uno de tus silencios, pero ninguno de mis miedos será nunca exorcizado. He roto la calma de la noche en mil pedazos. He caído, como árbol milenario talado por la codicia de los hombres. He arrastrado las cadenas del destino que me lastra al paraje más triste de la Tierra. He dejado que la verdad recite la incoherencia de este desamor correspondido. He tragado el polvo de la efímera ilusión que guiaba mis tropiezos. Me he enterrado en el cementerio del futuro que nunca llegará a pertenecernos. Tú eres la herida y yo la sangre que se derrama entre sus bordes.

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