Éramos el viento y la lluvia, escaras infectas en la piel de los acantilados de Moher, el grito del alba al desprenderse de la noche, el umbrío quejido de todos los orgasmos que no se pueden retener. Las sombras que alumbran nuestro camino yacen inertes a los pies de la aurora. Mírame. Ésta soy yo, sin trampa ni cartón, sin máscara que parapete mis monstruos, ni velo que difumine las aristas de mi alma. Mírame bien. Abrázame. A mí y a todos mis demonios. Fóllame entera y, luego, regurgítame en la próxima tormenta que arrase los cimientos de este mundo cada vez más esquivo. Azota mis creencias más firmes. Recompón después todas mis dudas. Empújame al abismo, pero sírveme también de red. Soy todo aquello que no imaginas y tú el confín de todos mis miedos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario