viernes, 1 de octubre de 2010

Silvia

Silvia no quiere pertenecer a Mario, pero le pertenece. Mario no quiere poseer a Silvia, pero la posee. Si hoy se acabara el mundo, Silvia se arrepentiría de no haber entregado su cuerpo a quien detenta la titularidad de su alma. Pero el mundo continúa existiendo y no se acaba y Silvia no tiene un motivo especial para darse cuenta de su mayor error, de su crimen por omisión, de su pecado capital, de su locura más racional. Por eso sigue fingiendo que no pasa nada, que hay más barbas en el mar y más Marios en otro lugar. Silvia sólo conoce a las almas gemelas que se imantan al primer vistazo, ésas de las que hablan los poetas y a las que cantan los músicos. No sabe que las auténticas almas gemelas se rehúyen sin querer por miedo a comenzar a arder al primer contacto sin tacto. Por eso Silvia ningunizó a Mario cuando lo conoció y por eso Mario se dejó ningunizar y consideró que Silvia era la mujer más inalcanzable en la que podría haberse fijado. ¿Cuándo y por qué cambió Mario de opinión? Nadie lo sabe, ni siquiera él mismo, aunque poco importa. Lo relevante, a los efectos de esta historia, es que, hoy por hoy, Mario sabe a ciencia cierta que no tiene ningún sentido luchar por obtener el amor de Silvia, porque ya lo ganó hace mucho tiempo, antes de que Silvia fuera Silvia y Mario fuera Mario, antes de que sus espíritus se encarnaran en sus cuerpos, antes de que Mario se dejara crecer la barba y las células de Silvia desearan fundirse con las de Mario, antes de que el mundo fuera mundo y los humanos mortales.

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