lunes, 25 de abril de 2011

Cuando termina abril

Mi nariz de cocainómana sinestésica aspira el sudor de tu hombro izquierdo, mientras tus dedos de Chopin acarician las teclas del piano de mi columna vertebral. Nuestros labios suicidas recitan versos sangrantes de poetas tuberculosos, inmortalizados por los hijos de los críticos literarios que los sepultaron en vida. Tus pulmones colapsados por el humo de mis esperanzas más vanas tosen las palabras inhaladas con el vapor de agua de primera hora de la mañana. Ya no queda nada que merezca la pena conservar. Todas las verdades se perderán sin rechistar cuando decidamos huir sin mirar atrás. Ya no queda nada que merezca la pena conservar. Sólo ese momento quemado al viento. Sólo ese instante de unión sin comunión y victoria sin rendición. Sólo tu olor y mi canción encerrada en el cajón. Sólo el adiós sin compasión cuando el sol aún no ilumina la habitación. Sólo Keats cuando termina abril. Sólo Bécquer sin clarinete. Sólo un aria sin prima donna y una obertura que se convierte en final inesperado de todo lo no recitado. Nada que merezca la pena conservar. Sólo dos almas que vuelven a naufragar.

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