lunes, 4 de julio de 2011

iPod

No fue difícil encontrarlo. Ni siquiera conservarlo. El amor abandonado en cada esquina de la ciudad perdida pidiendo a gritos una gabardina que le resguarde de la lluvia más fina. Lo pedía a gritos y ella no era sorda, más bien todo lo contrario. Se paró en la tercera esquina y le tendió una mano enguantada que no desafiaba ni al todo ni a la nada. El amor la miró a la cara, entre divertido y desconcertado. Eran tantas las chicas que habían pasado de largo en los últimos días que no terminaba de creerse que, por fin, una le abriera los brazos. La observó un instante y, de repente, lo comprendió todo: ella era la única cuyos oídos no estaban taponados por los cascos de un iPod.

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