viernes, 23 de marzo de 2012

Pongamos

Pongamos que he conocido a alguien. Pongamos que ese alguien no es como tú, sino distinto a ti, radicalmente opuesto a tu persona. Pongamos que ese alguien me gusta, pero no como me gustas tú, sino de una forma distinta, radicalmente opuesta. Pongamos que a ese alguien le gusto, no como te gusto a ti, pero de una forma similar, fundamentalmente idéntica. Pongamos que, después de un tiempo de tonteo y devaneo, ese alguien decide dar el siguiente paso. Pongamos que yo le sigo. Pongamos que esta vez no me estrello, que no me caigo con todo el equipo, que todo va viento en popa y a toda vela, sobre ruedas, de fábula, de cine, espectacularmente bien. Pongamos que, en esta ocasión, no echo el freno, sino que decido llegar hasta el final, directa al centro del altar. Pongamos que él pronuncia el sí. Pongamos que yo no pronuncio el no. Pongamos que el cura pregunta si alguien conoce algún impedimento para tan hollywoodiense matrimonio. Pongamos que tú estás entre los invitados. Dime, ¿te levantarías para huir de allí o para venir a por mí? En el fondo da igual. Nunca conozco a nadie y los que conozco siempre son como tú.

1 comentario:

Yeamon Kemp dijo...

Retórica. Todo retórica.