jueves, 13 de septiembre de 2012

El borde del mundo y los cimientos del firmamento (I)

Cayó al suelo, exhausta, derrotada, agotada. Simplemente no podía más y, aún así, sabía que tenía que levantarse y seguir luchando por algo que jamás conseguiría. No tenía sentido, pero daba igual. Era demasiado cabezota para rendirse.
 
Contempló el azul de un cielo vacío de nubes. Sintió una leve brisa que enfriaba el sudor de sus sienes y de sus axilas. Cerró los ojos y respiró hondo. Sólo se oía el rumor del viento agitando las hojas de los árboles. Pensó que debería morir allí, en esa pacífica y solitaria pradera, apartada de todo y de todos, pero intuía que su final quedaba lejos. Inspiró profundamente una vez más y, casi sin fuerzas, apoyando las manos y las rodillas en la hierba, se irguió sin abrir aún los ojos.
 
Permaneció un rato quieta, dejando que un viento ligero acariciara sus mejillas. No, la guerra no había terminado. Despegó los párpados y dejó que su vista se perdiera en el infinito horizonte que se desplegaba frente a ella. Correr hasta llegar al fin del mundo, dinamitar todas las leyes científicas, encontrar el borde del precipicio y saltar a la nada. Nunca creyó en los círculos, mucho menos en las esferas. Daba igual que no lo encontrara. Sabía que existía. Correr. Correr hasta que tropiece con él. No es tan difícil. Según lo piensa, lo hace.
 
Los guardianes del borde comienzan a desplazarlo a la misma velocidad a la que ella se mueve. Ellos también están cansados, exhaustos, agotados. No pueden descuidarse ni un momento. No lo entienden. Desde la Edad Media hasta ahora casi no habían tenido trabajo, pero esta maldita cría es demasiado testaruda, no les deja relajarse ni un segundo. Se consuelan con la idea de que es sólo algo temporal. Cuando ella muera podrán descansar otros quinientos años.
 
Están tan concentrados en evitar que ella encuentre la verdad que no perciben el auténtico peligro, ese poeta tísico que al nacer se equivocó de siglo. Es la única persona de este mundo que, despierto, no se mueve. Por eso percibe el borde cuando se desliza junto a él y, antes de que los guardianes puedan hacer nada por evitarlo, salta, sumergiéndose en la nada.
 
Tiembla la Tierra. Estalla el cielo. Ella se vuelve y corre sobre sus pasos. Sin que aún hayan entendido lo que acaba de suceder, los guardianes, paralizados por el miedo, contemplan sin tratar de impedirlo el segundo fracaso de su eterna vida.
 
La nada ya no es la nada. La nada se convierte en algo, en un mundo en ciernes poblado por dos extranjeros que desafiaron al universo. Crujen todas las galaxias. Se convierten en polvo algunas estrellas. Nadie entiende el cataclismo.
 
Él la mira y lo comprende. Esos ojos serían capaces de demoler los cimientos del firmamento. Ella clava sus pupilas negras en el azul de su iris derecho. Da igual que fallezca el cielo. Si él vive sobrevivirá el color celeste.

2 comentarios:

Yeamon Kemp dijo...

Quedan guardianes entre el centeno. Demasiados quizá.

Y nosotros tendríamos que estar más atentos a los crujidos de las galaxias, a las estrellas que se hacen polvo y a los cataclismos. Pero la macroeconomía parece más importante.

moonriver dijo...

Por mucho que se empeñen en hacernos creer lo contrario, no es el capitalismo lo que está en crisis.

Ende y Saint-Exupéry, entre muchos otros, ya lo dijeron hace tiempo. Lástima que cada vez haya menos gente que (los) lea.