sábado, 8 de febrero de 2014

Polvo (I)

Hay polvo en el viento y viento en el polvo. A la luz de la hoguera, la noche parece más sombría. Ya no te quiero. En realidad, nunca te quise. Sólo fuiste un juego y, terminada la partida, evaporada toda posibilidad de victoria, únicamente deseo esconder las piezas del tablero, ignorando el jaque mate que obligó al Rey a besar los cuadros de este suelo. Blanco más negro no siempre implica gris. Cada día resulta más difícil sonreír. Cuento con los dedos de una mano los segundos que restan para que termine esta función y ambos seamos sepultados por el cruel telón que pone fin a todas las tragedias (también a las comedias). Duele reconocer la equivocación, pero escuece aún más el único acierto. Me miras, creyendo que todo tiene solución, menos la muerte, pero no es cierto. La muerte es lo único que puede arreglarse. Volver a nacer es fácil. Lo difícil es caminar hacia la tumba. Por encima de nosotros, constelaciones cuyo nombre desconozco tratan de otorgar algo de belleza a este prosaico momento. Me levanto sin pedir permiso y me alejo sin tropezar con las raíces que se niegan a habitar bajo tierra. Estoy acostumbrada a sortear obstáculos. También a hacer oídos sordos a los sonidos que me perturban. Dicen que el animal al que más teme el lobo es el hombre. Acordándome de Plauto y de Hobbes trato de convencerme de que tú eres la única bestia de la que debería preocuparme; pero tú no sabes atacar, nunca quisiste aprender a morder, mucho menos a arañar o estrangular. Y yo que, por más que lo intento, no sé hacer otra cosa, sigo sin comprender por qué accedí a que me domesticaras. Hay polvo en el viento y viento en el polvo y yo toso los huracanes que bloquean el comienzo de mi tráquea y, por más que me resista, soy arrastrada por los aires, más allá del dominio de las águilas, que ahora duermen mansamente en las cumbres de estos picos que recortan mi silueta. Mi sombra de papel es liberada del grillete de mis pies. Creo que corre a advertirte del peligro. Pobre ilusa. No se da cuenta de que, por mucho que alces la vista, tu mirada nunca acertará con la diana.

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