miércoles, 21 de mayo de 2025

Serpientes (III)

He vuelto a soñar contigo, a enhebrar mi risa entre tus labios, a ser presa de una idea que no es idea, sino certeza ambigua, locura espuria, delirio invertebrado, profecía elíptica y capicúa, que ni sé ni quiero evitar. Repto entre los pliegues de la noche, esculpiendo desastres a los que nadie más se atreve a dar forma. Los robé de la zona más clandestina de tu cerebro, ésa en la que no dejas entrar a nadie, pero que yo allano de madrugada, cuando tú yaces víctima del mazazo de Morfeo. No, no me asusta lo que hay allí, porque tus demonios son idénticos a los míos, aunque menos agresivos. Me miran, curiosos, pero no me atacan. Sólo me acarician, melifluos, hasta que yo les devuelvo el gesto y, entonces se enroscan en torno a mi antebrazo derecho y guían mi mano sobre el papel, dando vida a todo lo que llevas dentro, sin ser siquiera consciente de ello. Despierto. Te siento, tan adentro y, a la vez, tan lejos. El deseo es una trampa que nunca he sabido cómo esquivar. Hurgo en cada uno de mis huecos. Encuentro espectros, retazos de las vidas que desdeñé por no ser lo que buscaba. Regreso al centro, a ese faro que palpita justo debajo de mi ombligo. Me dice que espere. Que el momento se acerca, pero aún no ha llegado, que no estamos preparados para encarnar todo lo que hemos imaginado, aquello por lo que descendimos de las nubes, todo lo que la Mariposa tatuó en nuestras neuronas de alabastro. No sé qué hacer con todo esto, así que yo también lo entierro, rezando para no presenciar nunca la resurrección de todos nuestros muertos.

martes, 20 de mayo de 2025

No sé

No sé cómo llegar a ti, cómo explicarte mi verdad o desvelar la tuya sin que ninguno de los dos sienta la imperiosa necesidad de huir. No sé cómo convertirte en hogar o cómo ser yo tu cabaña en el bosque, refugio idóneo para tu alma ermitaña, coraza inexpugnable que proteja tu corazón aviar. No sé cómo dejar de sentirte bajo la piel, barco de papel navegando sin rumbo los canales de mis venas, monstruo abisal que encarna mis peores temores. Pero tampoco sé cómo aflorarte a la superficie, mirarte a los ojos sin duda y decirte "yo soy todo aquello que late entre tus sienes desde mucho antes de llegar a rozarse las larvas de nuestros secretos más ocultos". No sé solidificar el eco de las vidas que no fueron, ni anticipar la forma del futuro que rehuimos. Trato de aferrarme a este presente diletante, que provoca urticaria a quienes no veneran a Apolo y a Afrodita, pero no sé cómo retenerlo entre los párpados. Se me escurre entre los dientes, igual que tú, cada vez que el universo estrella las olas de tus silencios contra las orillas de mis metáforas abiertas en canal. No sé dar sentido a nuestros desastres compartidos ni a nuestras certezas divergentes. Pero sí sé que te equivocas al creer que me merezco a alguien mejor de lo que tú te piensas y que yo no tengo razón al considerar que mis protuberancias jamás podrán colmar tus huecos.

jueves, 8 de mayo de 2025

¿Cómo estás? ¿Qué es de tu vida?

¿Cómo estás? ¿Qué es de tu vida? ¿Con qué brazos abrigas ahora tu melancólica nostalgia? Yo vomito tinta todos los días (aunque no siempre sobre el papel), bailo a solas por las noches y trato, en vano, de convencerme de que he cerrado heridas que continúan sangrando las madrugadas de luna llena. Despierto siempre antes de tiempo, la cabeza anegada de fantasmas tan míos como ajenos. No consigo despegarlos de la punta de mis dedos, forman parte del tiovivo de mis huellas dactilares, ululan bajo mis uñas, epilepsian mis falanges, hasta descoyuntar todas las articulaciones de mis manos. No, no es un desastre. El desastre es que la gente no entienda que toda yo soy una tumba de secretos susurrados desde universos paralelamente divergentes al nuestro. No, tú tampoco lo comprendiste. Te asustó esa pena que me embarga en los días más alegres, cuando todos ríen y flotan en la ligereza de la ausencia de problemas y yo intuyo la corriente soterrada que brama bajo sus pies dichosos. No supiste digerir la hondura de los silencios que latían en cada uno de los tequieros que no decía. Te dejaste engañar por la brillantez de mi sonrisa a prueba de desgracias, ignorando la lluvia que anegaba las canciones que me servían de tabla de salvación. No, no quisiste aceptar que una mujer prendada de poetas tísicos y suicidas inventara extrañas formas de toser sangre y arrojarse a las vías del tren. Pero, especialmente, no quisiste ver todo lo que implicaba que yo me enamorara de ti.