jueves, 17 de septiembre de 2009

Nueva York

Busco el silencio de la habitación de hotel para blanquear las ojeras de una noche sin función y una cama en ebullición.

Manhattan a mis pies y yo con miedo de volver a coger el ascensor que baja mil pisos en dos segundos y me zambulle en la recepción de la avenida de tu colchón.

Rascacielos acristalados de miradas transparentes y frases desacertadas.

Cuéntame el cuento de Caperucita y el lobo en la versión de Martín Gaite y no te olvides de cambiar el final de la historia circular.

Y bailaremos sobre el teclado de Big al ritmo de Chan Marshall.

Y desbordaremos los perritos calientes de Central Park con una sobredosis de pepinillos y cebolla sumergidos en toneladas de ketchup y mostaza.

Y cambiaremos de estado en una hora para volver al centro de la Gran Manzana antes del anochecer, no vaya a ser que nos vayamos a perder las luces del Empire State.

Y cerraremos los ojos y nos veremos patinando sobre hielo la víspera de Nochebuena.

Y el calor contaminado y contaminante se convertirá en escarcha matutina y viento que congela hasta los huesos.

Y cogeremos un vuelo de Continental que esta vez no se retrasará.

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