miércoles, 17 de agosto de 2011

Crimen frustrado

Te clavo un cuchillo en la espalda, pero tú no sangras. Caminas hacia el frente, indolente, inconsciente de la herida abierta, aunque seca, del cuchillo hundido y su cortante filo. Yo corro tras de ti, arrepentida de mi instinto homicida, culpable de mi alma vengativa. Me crucifico en la madera de tus brazos sin clavos que atraviesen nuestras manos, sólo cuerdas que atan nuestros miedos y grandes desvelos, nuestras dudas enterradas bajo las dunas iluminadas por una eclipsada luna. Quiero arrancar el cuchillo, quiero cerrar la herida, quiero ver la sangre que corre por tus venas, pero no puedo. Temo hacerte más daño al tratar de curarte que al intentar herirte. Nada me sale bien. Siempre obtengo el resultado contrario al pretendido. Se separan nuestras extremidades y se funden nuestros ojos. ¿Qué color se obtiene al mezclar marrón con azul? Creo que nunca me lo enseñaron en la escuela. Tampoco en Barrio Sésamo. Sonríes y te llevas la mano a la espalda, desclavando sin esfuerzo el puñal envenenado. Me devuelves el arma inofensiva. Y vuelves a alejarte. No hay herida, no hay sangre, ni siquiera cicatriz. Sólo una espalda marmórea que se ríe de mí. Definitivamente, no nací para asesina.

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