miércoles, 31 de agosto de 2011

Walking Dead

Las lágrimas de tu corazón tiñen de sangre el lado izquierdo de tu pecho. Trato de exprimir hasta la última gota de dolor, pero sólo consigo que todo sea peor. Un muerto viviente me mira a los ojos y fantasea con devorar el poco cerebro que me queda. Me asusto y grito. Tú me tapas la boca y comienzas a sorberme el seso. No hay resistencia que valga. Se acabó lo que se daba. Fin de la partida. El juego ha terminado. Game over y otras mil formas de expresar una misma idea. Ahora somos dos zombies desubicados que vagan por el mundo de los vivos fingiendo ser como el resto de los mortales. No protagonizaremos ninguna exitosa serie de televisión ni ninguna película gore. No queremos matar a nadie. Tú me destruiste a mí porque dices que yo te aniquilé antes. Ahí terminan nuestras ansias homicidas. No hay más víctimas apetecibles. Disimulamos con colonia el hedor de la putrefacción de nuestras entrañas, tapamos con maquillaje la degeneración de nuestra epidermis y nos pegamos las uñas con superglue cada vez que se nos desprenden de los dedos. Nadie nota nuestro cadavérico aspecto. Puede que nunca estuviéramos demasiado vivos. Puede que ya naciéramos muertos.

1 comentario:

Yeamon Kemp dijo...

No sómos más que eso: muertos putrefactos con una gruesa capa de pintura fingiendo. Aparentando.

Todo es un baile de disfraces, pero sólo algunos pueden bailar.