jueves, 7 de junio de 2012

Desiertos (II)

Vas dejando cadáveres a tu paso. Se supone que viven, pero están muertos. ¿Y tú? ¿Aún te late el corazón? ¿Estás viva o tan sólo aparentemente viva? Cada vez tienes más dudas. Detrás de la próxima duna hay medio pulmón momificado. Aún respira y, sin embargo, sólo es capaz de inhalar el polvo de este desierto infinito. No quieres acabar así. No quieres tener que decidir si es mejor morir o vivir. Toses y escupes la poca saliva que te queda entre los dientes. La deshidratación es casi total. Luego vendrá todo lo demás. No, tú no serás una más. No quieres morir, así que matarás. Matarás la arena que hace llorar tus ojos y obtura tu nariz. Matarás el frío de las noches sin jaima que te proteja de las temperaturas negativas. Matarás la soledad de este infierno solitario en el que ni un espejismo aparece para hacerte compañía. Matarás la sed que estropajea tu lengua y resquebraja tu garganta. Matarás a quienes se rindieron y creyeron que un cuerpo sin alma aún es un cuerpo. Y si no los matas te matarás a ti y dejarás que los buitres devoren tus tripas. Así volarás más alto de lo que ninguno de ellos soñó jamás y, después de todo, vencerás. El resto que lo devoren los gusanos. Es en tus tripas donde reside tu conciencia, son tus tripas las que custodian tu intuición, son tus tripas las que eclipsan no sólo a tu razón, sino también a tu corazón. Deja que las aves carroñeras te despiecen. Sólo ellas son dignas de digerir los secretos de tu intestino más delgado. Sólo ellas sabrán apreciar el sabor de todo lo que no has tragado. Sólo ellas darán sentido a tu funeral más temido.

No hay comentarios: