sábado, 8 de diciembre de 2012

Invierno (I)

Se helarán las puntas de tus dedos y se gangrenará el extremo más atrevido de tu lengua. Por eso no debes tocarme. Por eso no debes besarme. La hipotermia no es dulce. La muerte por congelación duele. Quien diga lo contrario es que nunca ha estado tres días perdido en el Himalaya. Pero yo sé de lo que hablo. Para sobrevivir tuve que vender mi alma al Invierno. Sólo me perdonó la vida con la condición de que le ayudara a alcanzar a quienes no aspiran a convertirse en alpinistas. Por eso pude volver de las alturas. El precio no me pareció grande. Nunca me ha gustado que nadie se me acerque demasiado. Si mantengo una distancia adecuada con el resto de mis congéneres nadie sufrirá daño. Pero ahora tú quieres saltarte la barrera y derribar la empalizada. Aprecio demasiado tu existencia como para permitir que te suicides de una forma tan absurda. Mi piel no es tan suave ni mis labios tan sabrosos como para privar al mundo del caleidoscopio de tu mirada. Aléjate. Vete de aquí. No mires atrás. Incluso verme te puede llegar a matar. Hay nieve en mis pestañas y estalactitas bajo mi párpado inferior. Si nuestros ojos se cruzan el tiempo suficiente mi hielo apagará tu fuego y solidificará tu sangre. Hazme caso. No mires atrás. Estatua de hielo. Estatua de sal.

2 comentarios:

Yeamon Kemp dijo...

Quisiera llevar sombrero para poder descubrirme en casos como éste.

Todavía más acertado cuando se lee a varios grados bajo cero. Magnífico.

moonriver dijo...

El elogio tiene más mérito viniendo de quien viene. ;)

Muchas gracias.

PD: Es curioso, a mí no terminaba de convencerme esta entrada.