martes, 11 de diciembre de 2012

Neguri (I)

 
 
El vaivén de las olas en tu mirada. La sal. La arena. Hace frío, pero, al mismo tiempo, hace calor, a pesar de que hoy, como ayer, no brille el sol. Mis piernas se convierten en barro al entrar en contacto con tu saliva. Sé que es sólo un recuerdo, un espejismo, un placer reflejo sin acento circunflejo. Cierro los ojos y respiro este conato de huracán que amenaza con elevarme por encima de las nubes, allí donde sólo habitan los dioses de la mitología clásica. Volver al lugar del crimen es la única manera de provocar la repetición del asesinato. Abro los ojos y miro a mi alrededor. Ningún hito marca el lugar exacto en el que yace mi cadáver. Me gustaría poder encontrarlo, recogerlo, recuperarlo, pero sé que no seré capaz de hacerlo. Mi alma enterrada bajo tierra grita. Mi cuerpo, sordo y vacío, confunde ese grito desgarrador con el graznido de las gaviotas. Lloro, pero no soy yo la que llora. Son otros los ojos que derraman mis lágrimas. El vaivén de las olas en tu mirada. La sal. La arena. Todo lo demás no es cierto.

No hay comentarios: