lunes, 14 de enero de 2013

El móvil (III)

Si hubiera estudiado medicina sabría cómo hacerlo, cómo abrir su cabeza y en qué parte del cerebro buscar. Ni medicina ni ingeniería informática. Cómo pudo elegir tan mal su carrera. Se contempla en el espejo. No quiere hacerlo, pero no tiene otra opción. Debe destrozarse el cráneo. O encuentra lo que busca o deja de pensar en ello. El absurdo del amor. La inconsistencia del amor. La irracionalidad del amor. La animalidad del amor.
 
No, no es capaz de incorporarse, asir el tapón, bloquear el desagüe y volver a acostarse. Demasiado esfuerzo sin garantías de alcanzar el final ansiado. No, prefiere quedarse así, sintiendo cómo el agua corre bajo ella, mientras la blancura del techo continúa hipnotizándola. El peso de su cuerpo no aplastará el agua, pero al menos dificultará su camino hacia las tuberías, su huida hacia las cloacas, su fusión con inmundicias que no será capaz de limpiar. Cierra el puño derecho tratando de atrapar esa fina capa de agua que tapiza el fondo de la bañera, pero es imposible de aprehender, se escurre entre sus dedos, se aleja de sus manos, igual que él.

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