lunes, 4 de marzo de 2013

Nieve (III)

553,15 km nos separan. Casi el doble si no consigo trazar una perfecta línea recta. Parece una gran distancia, pero hace tres noches el abismo insalvable era mucho mayor. Me gustaría ser capaz de correr descalza para llegar hasta ti sin que me oyeras, pero la planta de mis pies es demasiado frágil para soportar el roce despiadado de la arena del camino. No, no sucumbiré a la tentación de buscarte en los troncos huecos de los árboles de la Selva Negra. Gastaré los últimos szlotis que me quedan y huiré hacia el Norte, en busca de luces boreales que tiñan de rosa mi existencia, huyendo de las risas de los cucos de los relojes que miden el tiempo que no pasaremos juntos, recitando con vehemencia los salmos suspendidos en el aire agitado por las campanas más vetustas de Praga. Lo siento, pero ahora eres parte de este Sur cuyo recuerdo me hiere a cada instante. Si alguna vez quieres encontrarme, llama al timbre de la verja que separa el Círculo Polar Ártico de ese mundo de amantes cuyos nombres no son capicúas. Si no quieres volver a verme, cuenta ovejas mientras duermes.

2 comentarios:

Yeamon Kemp dijo...

¿Qué importa el tiempo? Lo que vale son los pies sangrando en la huida. En la búsqueda. Es contar las huellas que caben alrededor del mundo, siendo cubierto por cuatro pies que no se chocan.

moonriver dijo...

Mejor cuatro pies que no se pisen. ;)