jueves, 12 de marzo de 2009

Manchas

Manchada de untuosas mentiras de alquitrán, Blanca busca desesperadamente la forma de abrillantar su maltrecha reputación. Piensa, repiensa y vuelve a pensar, pero pronto comprende que hay manchas indelebles que ni siquiera se pueden camuflar. Y, en un alarde napoleónico, urde un plan para reconquistar el mundo y recuperar su título de emperatriz de las pasarelas. Y, atropelladamente, se abalanza sobre el teléfono y marca el número de una de tantas periodistas sin escrúpulos que no dudaron en abrir la caja de Pandora que puso su carrera de modelo contra las cuerdas y a borde del KO. Y, antes de darse cuenta, se convierte en la niña del exorcista y vomita la masa verde y grumosa de los secretos mejor guardados de Alexia. Y, después de colgar el arma del delito, por un instante, tan sólo un microsegundo, se arrepiente de su cruel crimen. Pero el instinto de supervivencia pronto gana la batalla y soterra la culpabilidad católica que la amenaza. Y sin ningún tipo de remordimiento por el asesinato social y profesional de la escuálida pero bella modelo, feliz y segura de su victoria, se recuesta en el sofá y se dispone a ver un insulso programa del corazón. Y eso que no tiene ni idea de que fue su supuesta amiga y principal rival la víbora que envenenó su intachable honor.

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