martes, 18 de mayo de 2010

Mikel

Los médicos no entienden cómo continúa vivo. La paliza que le propinaron esos siete animales era mortal e inhumana. Al llegar al hospital, Mikel no era más que un amasijo informe de sangre, huesos rotos y órganos internos machacados y triturados. Aún así, el corazón le late a buen ritmo, los pulmones consiguen captar el oxígeno necesario para mantener en funcionamiento lo que queda de sus células y se aprecia una actividad cerebral inusitadamente activa. Sorprendidos de que aún no haya fallecido, gran parte del personal sanitario de urgencias trata de atenuar el insoportable dolor que debe estar experimentando el pobre desgraciado que ha tenido la mala suerte de cruzarse en el camino de siete depredadores sedientos de carne fresca e indefensa. Nadie se plantea salvarle la vida. Ésa es una batalla más que perdida. Los minutos pasan y el joven damnificado se resiste a abandonar este mundo, por lo que algunos deciden empezar a hacer algo para tratar de recomponer los restos del naufragio. Las horas pasan y las tareas de los mecánicos del bisturí comienzan a dar sus primeros frutos. Son sólo parches para esquivar la inminencia de una muerte más que segura, pero parecen funcionar y, tras el relevo pertinente, todos marchan a casa satisfechos por el trabajo bien hecho, por más que estén convencidos de la inutilidad de sus esfuerzos. Tres semanas y mil operaciones después, Mikel, inexplicablemente y contra todo pronóstico, no sólo continúa vivo, sino que se levanta sin ayuda para ir al baño, habla coherente y profusamente e incluso ingiere algún que otro alimento sólido. Es ese paciente milagro con el que todo médico sueña con tropezarse y el personal del hospital se frota las manos al pensar en lo que se publicará en la prensa cuando decidan filtrar la noticia y compartir su triunfo con la opinión pública. En realidad, Mikel tendría que haber muerto en aquella escandalosa ambulancia; pero, mientras cerraba los ojos, cansado y dispuesto a entregarse a su aciago destino, recordó lo que su abuela le repitió una y otra vez cuando no era más que un mocoso de medio metro: "Si las cartas que te han tocado no te sirven para ganar al póker, ya que no puedes cambiarlas, quizá deberías modificar las reglas del juego para tener alguna posibilidad de alcanzar la victoria. Nunca debes bailar al son que te marquen los demás, sino que debes lograr que los demás bailen a tu ritmo. Y cuando estés acorralado y no tengas ninguna salida busca una grieta, un pequeño resquicio por el que poder escapar y vuelve a entrar por la puerta grande cuando te hayas rearmado y puedas presentar batalla a tus enemigos. Hazme caso y llegarás lejos." Fue entonces cuando se dio cuenta de que nunca le había hecho caso a su queridísima abuela. Fue en ese preciso instante cuando Mikel fue consciente de que morir significaba seguir las reglas del póker, bailar al son marcado por los demás, no buscar la grieta ni el resquicio y, sobre todo, perder. No, no pensaba morir. Ahora sabía lo que tenía que hacer y no pensaba irse al otro barrio sin poner en práctica las enseñanzas de la progenitora de su progenitora. Así fue como Mikel dejó de leer el guión que los demás habían escrito y comenzó a escribir el suyo propio. Los médicos no entienden cómo continúa vivo, ni consiguen encontrar una explicación plausible a su meteórica recuperación. A ninguno se le ha ocurrido pensar que Mikel ha cambiado las reglas del juego y que sus cartas son perfectas para ganar la partida que acaba de empezar.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué buena! Me ha encantado!! Echaba de menos una de estas historias.. genial

Buenas noches!

moonriver dijo...

Muchas gracias. Y felicidades atrasadas. Espero que tuvieras un gran cumple. ;)

Besos.

Anónimo dijo...

Muchas gracias!! Sí, no tengo ninguna queja.

Besos.