lunes, 26 de julio de 2010

Natalia

Natalia odia la playa, pero sabe de sobra que el moreno adquirido tumbada sobre su ardiente arena es mil veces más bonito que el artificial marrón agitanado proporcionado por las cabinas de rayos UVA. Por eso acude un par de horas a la orilla del mar todas las tardes, de 18 h a 20 h, cuando el sol abrasa menos y broncea más. Odia los granos de arena mojada que se adhieren a su piel como minúsculas y persistentes lapas, deseosas de pasar el resto de su existencia fundidas con las células más superficiales de la epidermis de Natalia. También detesta el olor a fritanga de los chiringuitos circundantes y los desagradables gritos de la jauría de niños y adolescentes que juegan o intentan ligar embutidos en trajes de baño de colores chillones y tamaño minúsculo. La sal que reseca de manera implacable y despiadada su fina piel de princesa rusa que aspira a convertirse en Reina de Saba ya no supone un gran problema: basta con no acercarse al agua e intentar evitar los roces descuidados de los bañistas empapados que aún no han aprendido a respetar el espacio vital de los misántropos y anacoretas que quieren estimular su melanina en el lugar más adecuado para ello, por muy lleno de gente que pueda estar en pleno mes de julio. En realidad, tumbada sobre su gigantesca toalla, Natalia ha comprobado que cerrando los ojos y subiendo al máximo el volumen de su iPod puede fingir que está en cualquier otro lugar que le resulte menos insoportable que ésta o cualquier otra playa del mundo, urbana o virgen, qué más da. Pero, por más que lo intenta, no consigue olvidarse de las gaviotas que la sobrevuelan gritando a los cuatro vientos, en un idioma imposible de descifrar para los incautos humanos, la estrategia que seguirán para lograr picotear hasta el último jirón de carne que recubre sus finos huesos de tanoréxica en ciernes. Las gaviotas, las gaviotas, siempre las gaviotas. Ojalá pudiera ignorarlas, pero sus gritos de guerra resuenan en sus tímpanos por encima de las canciones más ruidosas del rock más guitarrero y ella sólo puede cruzar los dedos para que sus dos horas de diario baño solar pasen lo más rápido posible y consiga huir sana y salva de las sanguinarias aves, auténticos lobos con piel de cordero, aunque nadie más que ella sea consciente de ello.

2 comentarios:

Psicópata dijo...

Natalia se me hace payasita, osea si tanto odia el mar que deje de ir y se aguante sin su bronceadita como "niña bien" (igual y estoy ardida porque yo amo el mar jeje) pero no se me cayo realmente mal buaaa no me gustaria verla porque le derramaria mi michelada en la cara, aunque sii ya se solo me gustaria por una vez arruinarle el dia a una fresita babosa ( sii igual y tengo trauma por las fresas sniif!!) pero aunque me halla caido gorda la protagonista, me sigue gustando como escribes muchos saludiiitos!!

moonriver dijo...

Bueno, Natalia no es tan odiosa como parece. Tiene mucho más fondo del que se aprecia a simple vista; aunque, si yo la conociera, seguramente pensaría lo mismo que tú y no me molestaría lo más mínimo en rascar para ver qué hay debajo de su bronceada superficie.