miércoles, 27 de febrero de 2008

Isobel

Isobel siempre había huido del amor como de la peste. Una mujer independiente y autosuficiente como ella no deseaba acabar sometida o relegada a un segundo plano por ningún hombre. Además, ya había visto en demasiadas ocasiones los efectos secundarios de las flechas de cupido: mujeres fuertes llorando desconsoladas porque el imbécil de turno las había engañado, abandonado, utilizado o, peor aún, simplemente porque no las había llamado por teléfono. Ella, estaba segura, nunca se encontraría en tan lamentable situación.
A sus 32 años estaba orgullosa de poder gritar a los cuatro vientos que nunca había tenido novio. Es más, nunca había quedado más de diez veces con el mismo hombre. Su vida se asemejaba a la de Samantha, de Sexo en Nueva York: una mujer sexualmente activa y satisfecha, pero sin ningún tipo de atadura emocional.
No obstante, las cosas cambian, incluso aunque nos resistamos a ello con todas nuestras fuerzas. Y lo peor de todo es que, en ocasiones, ni siquiera somos conscientes del peligro, por lo que nos resulta imposible evitarlo.
Cuando Isobel conoció a Marcos ni siquiera pensó en acostarse con él. No es que fuera feo, tampoco guapo, simplemente no era su tipo. Media hora de charla tampoco fue capaz de cautivarla. Pero comenzaron a coincidir en algunos eventos organizados por amigos comunes (bonito eufemismo para designar a una boda) y el hecho de que ambos odiaran el matrimonio y estuvieran solteros y sin compromiso contribuyó a que siempre acabaran charlando largo y tendido.
Hay enfermedades cuyos síntomas son claros e inmediatos. Otras, por el contrario, se manifiestan de manera más sutil y menos evidente. El mal que se apoderó de Isobel pertenecía a este segundo tipo.
Seis meses después de conocerlo, si le hubieran preguntado si estaba enamorada de Marcos, se habría echado a reír. Marcos sólo le caía bien; bueno, muy bien; tenían una misma forma de ver la vida, los mismos gustos musicales, literarios y cinematográficos; algunas aficiones comunes...Pero nada más. Ni siquiera existía ningún tipo de atracción sexual, al menos por su parte.
El problema es que Isobel estaba demasiado segura de su inmunidad al virus del amor, de forma que ni siquiera pensó en vacunarse contra él. Tampoco fue consciente de los primeros síntomas: de cómo se alegraba interiormente al recibir una nueva invitación de boda, por mucha cara de fastidio que pusiera exteriormente; de cómo ansiaba la llegada de la barra libre, para poder disfrutar de sus estimulantes conversaciones con Marcos; de cómo se aburría como una ostra cuando quedaba con cualquier otro hombre; de cómo especulaba acerca de la posiblidad de que otro amigo común pudiera decidir casarse en el corto plazo; de cómo empezó a molestarse cuando veía a Marcos hablar con otra chica; de cómo se fijaba y era capaz de recordar con todo detalle la indumentaria de su "amigo"; de cómo sus fotos preferidas eran aquéllas en las que aparecían juntos...Claro que si Isobel hubiera sido una chica realmente inteligente lo que debería haberla preocupado de verdad era la manera en que un cierto y extraño mareo la embargaba cada vez que Marcos y ella se miraban fijamente a los ojos. Pero el subconsciente es sabio y estos momentos empezaron a ser evitados por Isobel, incluso de manera inconsciente. Aunque fue demasiado tarde.
El amor a primera vista no es demasiado grave. Se marcha con la misma rapidez e ímpetu con los que llega. Pero el amor verdadero, aquél que se gesta a base de pequeños momentos y detalles, ése no es tan fácil de esquivar y mucho menos de obviar.
Así que, cuando Marcos se presentó con pareja oficial en la siguiente boda, Isobel no pudo menos que sospechar que algo raro se estaba gestando en su interior. El estómago se le revolvió, por lo que apenas probó bocado durante toda la comida. Eso sí, bebió un gran número de copas de vino para saciar una increíble sed y para justificar el hecho de que todo empezara a dar vueltas a su alrededor. El vómito fue, sin lugar a dudas, consecuencia directa de un exceso ingente de alcohol; aunque mientras se arrodillaba frente al wáter y expulsaba todo lo que tenía dentro, la imagen de Marcos con aquella estúpida era lo único en que podía pensar. Y siguió teniendo esa imagen clavada en la retina mientras el taxi la conducía hasta su flamante apartamento.
Ni siquiera entonces fue capaz de reconocerlo. Pero cuando entró en su casa, cerró la puerta y un llanto incontrolable se apoderó de todo su ser, incluso ella tuvo que reconocer la verdad, una verdad incómoda, pero cierta, una auténtica hecatombe: ELLA estaba más enamorada de MARCOS que cualquiera de las patéticas enamoradas a las que había conocido a lo largo de su vida.
Y lloró amargamente. Y lloró incluso cuando se quedó sin lágrimas que derramar.

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