martes, 28 de octubre de 2008

Marta

El molesto pitido del despertador invade la habitación y aniquila el silencio sepulcral existente hasta ese momento. Es lunes y aunque Marta sabe perfectamente que tiene que levantarse e ir a trabajar no tiene fuerzas para ello. O puede que, simplemente, no tenga valor para enfrentarse a la mujer pálida y ojerosa que cada mañana la observa al otro lado del espejo. ¿Acaso no es preferible seguir tumbada sin hacer nada compadeciéndose de sí misma y viendo cómo el tiempo se escurre entre sus dedos? No, hoy no irá a trabajar. Puede que mañana tampoco. Sólo tendrá que ir al médico y contarle cualquier milonga para que le haga el pertinente justificante. Sabe de sobra que ninguno de sus compañeros se tragará su supuesta enfermedad, pero tendrán que aguantarse y aceptar el justificante de los cojones. Tampoco importa mucho. Que la pongan de patitas en la calle es sólo cuestión de tiempo. Él ya se encargará de ello. Y mientras todos piensan que debería tener algo de amor propio y presentar su dimisión antes de que el despido se haga oficial, ella prefiere ponerle las cosas difíciles, obligarle a abandonarla de nuevo, comprobar si es capaz de cortar del todo con ella. ¿Durante cuánto tiempo aguantará un pulso perdido de antemano? ¿Conseguirá levantarse tras la caída? ¿Qué hará cuando todo acabe definitivamente? ¿Quién será su próxima víctima?

2 comentarios:

anselmo dijo...

Si dimites pierdes todos los derechos de indemnización...pro desgracia he visto y he vivido lo que describes...gradcias a Dios, por una vez, gané

Paco dijo...

Hay que sacar pecho... no se puede ser debil, yo también sali visctorioso de algo similar, me detestaba el dia a dia...

saludos