viernes, 10 de octubre de 2008

Teresa

Teresa conduce como alma que lleva el diablo. Necesita llegar pronto, muy pronto, lo antes posible. Ni Senna, ni Fitipaldi, ni Schumacher, ni el mísmisimo Alonso: ella sí que ganaría mundiales al volante de un fórmula 1. 150. 160. Acelera un poco más. No le preocupa la posible multa. Tiene dinero de sobra para pagarla. Necesita correr más para dejar atrás su maltrecho corazón. Necesita terminar el fin de semana, que llegue el lunes, volver a la rutina, sentirse dueña de su propia vida y no una mera marioneta del destino. Por eso disfruta conduciendo, controlando el coche, dirigiendo su camino, escogiendo el rumbo de su existencia. Sube el volumen de la radio para ahogar el rugido del motor, para aislarse del huidizo paisaje, para apagar los latidos de su acelerado corazón, para olvidarse de sus pensamientos, para sentirse como una autómata con piloto automático. Necesita avanzar. Necesita llegar a la ciudad. Necesita tener obstáculos que sortear, aunque ello implique disminuir su frenética aceleración. ¿Y si tuviera un accidente? ¿A alguien le importaría? Probablemente harían una fiesta en su oficina. La idea la enfurece y pisa con fuerza el acelerador, deseando superar la velocidad de la luz y aparecer en universo paralelo lleno de personas dispuestas a llorar su muerte.

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