sábado, 3 de abril de 2010

La corte de los milagros

Los milagros existen cuando no estoy mirando, cuando he dejado de creer en ellos, cuando me he rendido ante la imposibilidad de alcanzar lo inalcanzable. Los milagros surgen de la nada, sostenidos por la fe de un corazón en llamas, alimentados por los gritos de gargantas incendiadas, espoleados por los ánimos de cien mil miradas ansiosas por ver lo nunca visto. Los milagros pueden parecer simples trucos de magia, conejos blancos que surgen por generación espontánea en el fondo de una chistera vacía dos segundos antes. Los milagros se camuflan bajo el disfraz de un acontecimiento normal y corriente, pero si rascas un poco acabarás deslumbrado por el brillo del oro de lo extraordinario. Los milagros sólo tratan de convertir a los ateos en creyentes acérrimos y de reforzar la fe de los que creen en lo que no pueden ver. Los milagros me desarman y me alarman. Los milagros son aquello en lo que crees sin creer, aquello que te roza sin querer, lo que nunca has sabido detener, un mar que se parte en dos, un pecho que se rompe en tres, una boca que se abre hasta los pies.

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