viernes, 9 de septiembre de 2011

Zona 0

Nuestros viajes nunca se cruzaron, nunca nos olimos, nunca nos rondamos, no nos acosamos ni asediamos. En realidad aún no sé cómo ni por qué nos encontramos. Puede que el destino estuviera dormido o, justo todo lo contrario, que despertara tras una larga siesta de casi treinta años de duración. Puede que fuera una cuestión de simple estadística o que rompiéramos las leyes más elementales de la probabilidad. Puede que aquella noche fuera una gran equivocación o que el error fuera no prolongar artificialmente la madrugada más extraña que jamás se tropezó en mi camino. El lugar de coincidencia fue tan insólito como inesperado. Las circunstancias del choque, demasiado inaprensibles para plasmarlas en un papel. Algo flotaba en el aire o quizá éramos nosotros los etéreos. Tú desafiando tus principios más básicos. Yo negando mis pilares de carga. En un segundo se derrumbaron todos nuestros rascacielos o quizá fuéramos nosotros quienes decidiéramos demolerlos en menos que canta un gallo. No hubo orden de desahucio ni indemnización expropiatoria. La mayoría de las creencias que habitaban los gigantescos edificios de hierro y cristal perecieron antes de que pudieran ser evacuadas. Zona 0. Toca volver a empezar, pero ya no quedan arquitectos capaces de diseñar una ciudad medieval. Las líneas rectas ya no nos sirven. Sólo las curvas estrechas pueden cobijar nuestros nuevos yos. Sólo en las catacumbas hallaremos la salvación.

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