lunes, 30 de enero de 2012

Autoengaños (II)

El peso de tu cuerpo sobre mi cuerpo ya no me oprime el pecho. Miro al techo. Inspiro. Espiro. Respiro. Cierro los ojos. Suspiro. Jadeo. Gimo. Ésta será la última vez. Tu piel no volverá a chamuscar mi piel. Tu sudor no volverá a lavar el rastro de las manos y los dedos que no supieron activar los puntos G agazapados bajo mi piel. Tu lengua no volverá a invadir los rincones que otros no llegaron a descubrir. Tus labios no volverán a murmurar los mantras que los budistas no se atrevieron a entonar. No habrá más orgasmos de cristal que estallan sin avisar. No habrá gritos que no pueda amordazar ni confesiones que no sepa soterrar. Éste es el final. Lo juro. De verdad. Pero sigue un poco más. Despacio. Lento. Casi sin movimiento. Suspéndenos de este momento. Prolonga el fuego eterno. Condéname al infierno. Oprime el vientre incierto, inseguro, rígido y amedrentado. Tatúate en mi ombligo. Escóndete bajo mis párpados. Abrásame los huesos. Distiende mis tendones. Derrite la escarcha de mi pelo. Secciona todas mis venas. Desangra mis órganos más internos. Absorbe mi alma. Entierra mi cuerpo. Llévame muy dentro, porque yo aún te siento como parte de mi último aliento.

No hay comentarios: