martes, 14 de febrero de 2012

Condenas (I)

Tú, siempre fuiste tú, desde el principio, pero no me di cuenta. No te miré, no quise verte, tal vez porque ya intuía la verdad. No quiero que seas tú, no puedes ser tú, no dejaré que seas tú. La espada del destino pende sobre nuestras cabezas. Se acerca la hora de la ejecución. El cadalso está dispuesto y el hacha del verdugo más que afilada. Esta vez, sí nos miramos de frente y a la cara. Un condenado a muerte que comparte la suerte de otro condenado a muerte. Nos arrodillamos y ofrecemos nuestros finos cuellos al arma homicida. Nuestras cabezas ruedan por el suelo de madera. Nuestros labios se besan después de muertos. Nuestra sangre hace florecer el estiércol. Mil cerezos ensombrecen nuestros cuerpos.

No hay comentarios: