miércoles, 1 de febrero de 2012

Tus manos

No estoy enamorada de ti, sino de tus manos, de tus dedos interminablemente largos, de tus uñas cuadradas, de la espiral de tus huellas dactilares, de tu línea de la vida, de tus nudillos de pianista y de la cicatriz de tu meñique. Así que en cuanto consiga un molde de escayola de tus manos podré abandonarte como a un perro en la primera gasolinera que se interponga en nuestro camino de piedras, polvo, barro y fango. Da igual que sean frías e inertes, serán unas manos estéticamente tan perfectas como las tuyas. Poco importa que no me toquen. Tus dedos hace más de dos meses que no me rozan ni por despiste. Por eso me dueles tanto. Mataría para que tus manos se cerraran en torno a mi garganta y estrangularan mi vida. Sólo ellas deberían arrancar mi último aliento, pero hace tiempo que aprisionan otras laringes y que yo finjo que no lo veo. Es eso lo que siento, celos de las faringes que gimen bajo la presión de tus falanges de marfil. Un divorcio añil. Una muerte sutil. Un error que no sé cómo corregir. Tus manos tan lejos de mí, aunque aún sigan aquí.

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