El cuerpo manda. Sabe lo que le conviene y lo que no. Se tensa ante la amenaza
de aquello que lo desgarra desde dentro y se ablanda con la proximidad de todo
lo que ansía. El cuerpo tiene razones que la razón no entiende. La carne SABE.
El tacto recuerda. Tu mano se ancla a mi brazo porque ambos se pertenecen desde
tiempos tan pretéritos como inciertos. Mis labios beben el sudor que exuda tu
cuello porque no hay otro líquido capaz de saciar su sed hambrienta. El mundo no
se da cuenta, pero cada vez que te me acercas pierdo e, inmediatamente después,
recupero mi eje. Eres astro y satélite de mi infinito universo de
imposibilidades, agujero negro que fagocita todo aquello en lo que yo creía que
creía. ¿Nunca has soñado con los ojos abiertos? ¿Por qué desconfías de tales
imágenes? LA VERDAD habita en las pupilas, no en el interior de los párpados.
Por eso pestañeamos tanto. Necesitamos desdibujar el cuadro para continuar
navegando en la mentira. Pero el cuerpo tiene razones que la razón no entiende
y, cuando nos grita, atisbamos por un segundo la nitidez de la realidad que
hemos tratado de ocultarnos y ese cristalino espectro nos perseguirá con saña
hasta el día en que, por fin, VIVAMOS.
Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
sábado, 5 de abril de 2025
martes, 1 de abril de 2025
10 días
Hay una fecha que me persigue, una fecha que no sé si es profética o nigromante,
una fecha clavada como lanza en mi costado, una fecha que me desgarra, sin que
hasta ayer fuera consciente de que lo hacía. "10 días y 11 años nos separan"
estuve a punto de escribir un día, pero no quise asumir la posibilidad de que
pudieras llegar a leerlo y pedirme explicaciones. Ahora es distinto, porque
ahora entiendo que nunca he hablado de ti, ni siquiera de nosotros, sino de mí.
El problema es que esa fecha ya no es Tuya sino Suya, aunque no sepa aún el
abismo de años que separa nuestras existencias. Así que no puedo escribir lo que
debiera y he de conformarme con los días que median entre su alumbramiento y mi
nacimiento. Todo lo demás es bruma o, tal vez, rocío de primera hora de la
mañana. Todo lo que no entiendo, pero que intuyo de manera meridianamente clara,
acabará por dinamitarme en mil pedazos; pero ya no me importa, porque sé que
morir es la única forma de aprender a resucitar. Tú (antes, Él) también lo
adivinaste y por eso te dejaste arrastrar por la corriente, hasta ahogarte en
las aguas de la desesperación. Creías que deberías haber luchado por salvarte,
pero rendirte era en realidad la única opción de preservarte. Lo sé bien. ¿Quién
no depone las armas para evitar la aniquilación de lo que ama? No es cobardía,
sino necesidad y no hay nadie más valiente que el que antepone lo que necesita a
lo que quiere. No me hagas caso. Yo sólo sé que no sé nada e incluso de eso
dudo. También sé que marzo se acaba, aunque pronto continuará esa lluvia que me
ahoga, sin lavarme de pecados y miedos, de inseguridades y recelos. Sé que la
fecha se acerca y que, cuando parezca que nada ocurre, será justo cuando todo
esté pasando. Sé que lo extraordinario habita en lo cotidiano y que sólo el
asombro puede protegernos del olvido de todo lo importante. Sé que ninguno de
los Dos podrá salvarme; pero, como dije una vez (o, al menos, pensé decir), yo
sólo quiero alguien que camine conmigo hasta el cadalso. Sé que no sabes cómo
hacerlo, pero algún día aprenderás a avanzar a tientas y dejarás de estar
encandilado por mi luz para pasar a enamorarte de mi oscuridad. Sé que nunca he
sabido de qué hablo cuando escribo; pero que, en algún momento, todo esto
adquirirá sentido. Sé que seguiré escribiendo de Él (antes, Tú) porque lo que no
ocurrió fue mucho más hermoso que aquello que podría haber pasado. Y sé que
ahora que he comenzado a escribir de Ti (antes, Él), de alguna forma, estoy
aniquilando la improbable posibilidad de que algo suceda. También sé que poco
importa, porque nada de lo que realmente ocurre ha tenido alguna vez algo que
ver con la voluntad de sus actores.
martes, 4 de marzo de 2025
París nunca fue una fiesta
Mi fe esquiva. El miedo inyectado. El tacto obtuso. París nunca fue una fiesta, pero yo tiendo a bailar en sus calles enmohecidas de ilusiones perdidas y artistas tuberculosos de pobreza, aunque plenos de talento. Bailo igual que lo hacía en la calle San Bernardo, cuando todo se hundía a mi alrededor; porque yo sólo soy feliz cuando la punta de mis dedos roza el aura del apocalipsis. Te digo que todo irá bien, con la esperanza de que una nueva desgracia me estruje pronto el corazón, sirviéndome de excusa para postergar mi ofrecimiento en sacrificio en el altar de mi destino. Mira el nivel del Sena. La inundación lame las suelas de nuestros zapatos, pero nosotros fingimos que nuestra piel agrietada por el sol de los vencedores no puede ahogarse en la corriente que azota el cuerpo de los mortales. Ése fue el gran error de Napoleón. También el de Hitler. El narcisismo te encumbra sólo para destruirte más fácilmente. Gracias a Dios, tú y yo nos odiamos tanto a nosotros mismos que es imposible que minusvaloremos la omnipotencia de la nieve y el frío. Siente el viento veteado de rencores pasados y amores prohibidos. Deja que te corten la cara sus aullidos y luego grita tú todos tus desastres, antes de sentarte al piano y verter en sus teclas tus tristezas más oscuras. El dolor es un rugido que no sabe cómo abrirse paso entre los dientes, así que abre la boca y deja que se escape.
miércoles, 12 de febrero de 2025
Mapas (VII)
Recuerdo el miedo trepando por la espalda, enredándose en los brazos, hasta secuestrar mis manos. Recuerdo el mantra que repetía para sentirme segura, mantra en el que no creía; yo, que tengo fe en todo lo que su estúpido raciocinio desprecia; yo, que veo las sombras que se adhieren a los contornos de la certeza. Recuerdo la angustia, el crujir de los cimientos resquebrajados, la ausencia de asideros, mi infinita capacidad para encontrar el hueco, el testarudo agarre de mis dedos quebradizos. No, no supe mantenerte a salvo, pero sí flotar en el fango de la pena, mi boca como un pozo sin fondo, atesorando el aire que tus pulmones se negaron a digerir. Trato de resignificar el lugar más odioso de la Tierra; pero no puedo, salvo cuando es mi cuerpo el que aprisionan sus paredes asépticas. No hay monitores que transcriban los vaivenes de mi corazón estéril. Mejor así: nadie debería ser testigo de la calma de mi pecho ansioso. Siempre he sido víctima y verdugo; loba con piel de cordero, pero también oveja negra lapidada por sus congéneres blancas. Soy mil millones de contradicciones encarnadas en un único cuerpo, que se disuelve en contacto con la lluvia y se escurre bajo las suelas de tus zapatos. Mi hogar es siempre itinerante, lo que me salva y condena al mismo tiempo. Hay calles que saben más de mí que ningún hombre, puertas que custodian los secretos que sólo soy capaz de confesar ante el espejo, puentes de piedra (siempre de piedra) que me sostienen cuando todo lo demás se hunde y que me incitan a saltar, pero nunca en la dirección que lo hacen los suicidas (yo sólo soy capaz de ahogarme en mí misma). Recuerdo el canto de los pájaros, cuando todo lo demás callaba, y yo no sabía si habría un mañana similar a ese ayer que tanto añoraba. Recuerdo la luz del amor en la tiniebla de la incomprensión, las manos que me sostuvieron sin tocarme, los susurros de Dios suspendidos en cada latido de la tormenta. Recuerdo la fe enhiesta tras la duda, poste inquebrantable e indolente, faro incandescente que guía y que calienta. Recuerdo mucho más de lo que olvido y, aún así, se me escapan tantas cosas...
Suscribirse a:
Entradas (Atom)