Mi fe esquiva. El miedo inyectado. El tacto obtuso. París nunca fue una fiesta, pero yo tiendo a bailar en sus calles enmohecidas de ilusiones perdidas y artistas tuberculosos de pobreza, aunque plenos de talento. Bailo igual que lo hacía en la calle San Bernardo, cuando todo se hundía a mi alrededor; porque yo sólo soy feliz cuando la punta de mis dedos roza el aura del apocalipsis. Te digo que todo irá bien, con la esperanza de que una nueva desgracia me estruje pronto el corazón, sirviéndome de excusa para postergar mi ofrecimiento en sacrificio en el altar de mi destino. Mira el nivel del Sena. La inundación lame las suelas de nuestros zapatos, pero nosotros fingimos que nuestra piel agrietada por el sol de los vencedores no puede ahogarse en la corriente que azota el cuerpo de los mortales. Ése fue el gran error de Napoleón. También el de Hitler. El narcisismo te encumbra sólo para destruirte más fácilmente. Gracias a Dios, tú y yo nos odiamos tanto a nosotros mismos que es imposible que minusvaloremos la omnipotencia de la nieve y el frío. Siente el viento veteado de rencores pasados y amores prohibidos. Deja que te corten la cara sus aullidos y luego grita tú todos tus desastres, antes de sentarte al piano y verter en sus teclas tus tristezas más oscuras. El dolor es un rugido que no sabe cómo abrirse paso entre los dientes, así que abre la boca y deja que se escape.
Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
martes, 4 de marzo de 2025
miércoles, 12 de febrero de 2025
Mapas (VII)
Recuerdo el miedo trepando por la espalda, enredándose en los brazos, hasta secuestrar mis manos. Recuerdo el mantra que repetía para sentirme segura, mantra en el que no creía; yo, que tengo fe en todo lo que su estúpido raciocinio desprecia; yo, que veo las sombras que se adhieren a los contornos de la certeza. Recuerdo la angustia, el crujir de los cimientos resquebrajados, la ausencia de asideros, mi infinita capacidad para encontrar el hueco, el testarudo agarre de mis dedos quebradizos. No, no supe mantenerte a salvo, pero sí flotar en el fango de la pena, mi boca como un pozo sin fondo, atesorando el aire que tus pulmones se negaron a digerir. Trato de resignificar el lugar más odioso de la Tierra; pero no puedo, salvo cuando es mi cuerpo el que aprisionan sus paredes asépticas. No hay monitores que transcriban los vaivenes de mi corazón estéril. Mejor así: nadie debería ser testigo de la calma de mi pecho ansioso. Siempre he sido víctima y verdugo; loba con piel de cordero, pero también oveja negra lapidada por sus congéneres blancas. Soy mil millones de contradicciones encarnadas en un único cuerpo, que se disuelve en contacto con la lluvia y se escurre bajo las suelas de tus zapatos. Mi hogar es siempre itinerante, lo que me salva y condena al mismo tiempo. Hay calles que saben más de mí que ningún hombre, puertas que custodian los secretos que sólo soy capaz de confesar ante el espejo, puentes de piedra (siempre de piedra) que me sostienen cuando todo lo demás se hunde y que me incitan a saltar, pero nunca en la dirección que lo hacen los suicidas (yo sólo soy capaz de ahogarme en mí misma). Recuerdo el canto de los pájaros, cuando todo lo demás callaba, y yo no sabía si habría un mañana similar a ese ayer que tanto añoraba. Recuerdo la luz del amor en la tiniebla de la incomprensión, las manos que me sostuvieron sin tocarme, los susurros de Dios suspendidos en cada latido de la tormenta. Recuerdo la fe enhiesta tras la duda, poste inquebrantable e indolente, faro incandescente que guía y que calienta. Recuerdo mucho más de lo que olvido y, aún así, se me escapan tantas cosas...
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