sábado, 8 de noviembre de 2008

Esperando

- Quizás nunca debiste esperarme.

- O tal vez tú debiste llegar a tiempo.

- Sabías de sobra que no lo haría.

- Y, sin embargo, me quedé cruzado de brazos contemplando el avance de las manecillas del reloj, convencido de que, tarde o temprano, acabarías apareciendo. Y ya ves, al final tenía razón.

- Sólo he venido para decirte que dejes de esperarme.

- Si se tratara sólo de eso me habrías llamado por teléfono.

- Me gusta decir las cosas cara a cara, sobre todo cuando sé que puedo hacer daño con mis palabras.

- No son tus palabras las que hieren, sólo tus silencios se me clavan en el alma.

- Siento que hayas perdido el tiempo conmigo.

- Tranquila. Vete, continúa tu camino, vive tu vida, da todas las vueltas y tumbos que necesites, que yo estaré aquí cuando te canses de fingir que no estoy hecho para ti.

- No quiero que continúes esperándome. Te estoy diciendo que nunca volveré.

- No importa lo que digas. Mientras tu voz continúe sin ser firme y tus ojos rehúyan mi mirada sé que aún habrá alguna esperanza.

- No puedes seguir desperdiciando tu vida esperando algo que nunca llegará.

- Esperarte es lo único que tiene sentido.

- ¿Y qué ocurrirá cuando una mañana te levantes y descubras que tienes más de setenta años y que estás solo porque te has pasado la vida esperando a alguien que sabías que no vendría?

- Vendrás.

- Créeme, no lo haré.

- ¿Cómo estás tan segura?

- Porque por fin tengo claro lo que quiero y no pienso renunciar a mi sueño por un hombre por el que ni siquiera estoy segura de sentir algo. ¿Y tú? ¿Por qué estás tan seguro de que volveré?

- Porque has venido a comprobar si estaba dispuesto a seguir esperándote.

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