jueves, 25 de febrero de 2010

Alunar

Me pierdo en la inmensidad de una noche sin luna, agreste y turbia, difuminada por los ojos inexpertos de un bebé recién nacido. El hombre lobo permanece latente en tu pecho y no reclama lo que sabe que le pertenece. Se calla y observa en la distancia, sin atreverse a dar el primer paso, sin iniciar la caza ni el rastreo, sin perseguir lo que ansía, sin rasgar la piel de papel cebolla, sin morder la carne palpitante, sin lamer la sangre que demuestra que hay heridas que no cierran y balas de plata que no aciertan a traspasar del todo el corazón agotado y agostado de una vieja de 15 años. Y yo me pierdo entre las sombras del bosque milenario, buscando una gruta que cobije mi desengaño, clamando al cielo que acelere el ciclo que me rige y resucite mis esperanzas de detener el tren del tiempo y el avión del desaliento.

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