lunes, 15 de marzo de 2010

Miguel Delibes (1920-2010)



Delibes murió el viernes y con él la exaltación del campo, el protagonismo de la infancia, los personajes simples con doble fondo, las descripciones perfectas y el conocimiento exacto del corazón humano. Nos quedan sus palabras y sus personajes, sus historias y sus ensayos, sus opiniones y sus silencios. Vivió para escribir o escribió para poder vivir. Lo cierto es que no lo sé y poco me importa. Me enamoré de él sin proponérmelo. Devoré con ansiedad y delectación temáticas que detestaba y descubrí que, a veces, lo importante no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Dicen que era una gran persona, pero yo sólo puedo hablar del escritor que me hizo llorar y reír e imaginar paisajes castellanos que nunca hasta entonces me habían interesado. Bauticé a algunos tipos de personas con los nombres de sus protagonistas y descubrí algunas de las mayores injusticias de este mundo sumergida en sus páginas. Aunque, si hay algo que debo agradecerle, es ese “Señora de rojo sobre fondo gris” que, a día de hoy, constituye la más bella historia de amor que haya leído jamás. Al parecer, mi admirado Miguel pasó los últimos doce años de su existencia luchando contra el cáncer de colon que, finalmente, se lo llevó a la tumba. Él mismo se quejó de su infecundidad literaria de estos aciagos años, pero yo tengo la sensación de que ya había escrito todo lo que tenía que escribir. Fue mucho y muy bueno y sus libros se encargarán de que su memoria no muera mientras en este mundo exista una sola persona capaz de apreciar la exquisitez de una literatura digna de un Nobel, pero demasiado honesta para llevarse este tipo de reconocimientos. Y es que la pluma de Delibes es un aguijón que se me clavó en el corazón cuando aún estaba en el colegio y que permanecerá incrustada en el centro de mi alma hasta el día de mi muerte. Fue un placer conocerle, don Miguel, y seguiré conociéndole y reconociéndole en todos sus libros que aún no he leído y en todos sus libros que volveré a leer. Lo dicho, un auténtico placer.

Fotografía: ¿Un pájaro de cuenta?

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