jueves, 24 de noviembre de 2011

Jack el Destripador nunca existió



En Londres ya no hay niebla y dicen que Jack el Destripador nunca existió, que fue sólo una invención, como gran parte de este amor que me ha causado tanto dolor. El Támesis es más verde y algo radiactivo, menos higiénico y atractivo, el vertedero de mil sueños corrompidos. Portobello Road ya no vende nuestra canción y yo me refugio en cualquier callejón que amplifique el eco de mi voz. El ojo que todo lo ve contempla el reflejo del recuerdo en el espejo. Resulta complejo. El reflejo. El recuerdo. El espejo. Tres pintas y media. Dos adolescentes hormonados. Un pub atestado. No hay opción. Ninguno quiere ni puede decir que no. Primera aproximación. Ataque sin compasión. La noche y la rendición. La cúpula de Saint Paul. La luna llena y el amor. Después, el dolor, la ausencia y los redobles de tambor. Una nueva ejecución. La Torre de Londres sirve de prisión. El fantasma de cartón. La sábana que no cubrió ni al cadáver ni al actor. Un adiós en Charing Cross. Lágrimas junto al niño que no creció. El pato que no evolucionó. La esperanza que se ahorcó desnuda de la barandilla del balcón. Jack el Destripador nunca existió. Igual que tú y que yo. En Londres luce el sol. Mi corazón revienta y parte mi esternón en dos. El espejo. El recuerdo. El reflejo. Mi cuello decapitado por tu ausencia. Tañido fúnebre. Los cuervos de Hyde Park sobrevuelan mi cadáver. Ningún Arturo liberó a Excalibur. Ninguna Ginebra huyó con Lancelot. Ningún Merlín fue derrotado por Morgana. Ya no existen los cuentos de hadas. El Big Ben mide el tiempo de la nada.

2 comentarios:

Yeamon Kemp dijo...

El reflejo. El recuerdo. El espejo.
Londres siempre tragicómico.

moonriver dijo...

A mí me parece la ciudad perfecta para perderse, ya sea para un fin de semana o para toda la vida.