lunes, 28 de julio de 2008

El tren V

Así fue como Lucía cumplió dieciocho años y, poco después, comenzó la carrera de Farmacia; circunstancia que aprovechó para reducir los viajes a Valencia a un fin de semana al mes, pues, tal como argumentó ante su padre, el incremento de la carga lectiva y académica que suponía el salto a la universidad no le permitiría seguir con el ritmo semanal de visitas que había llevado hasta entonces.
Sus dos primeros años en la Complutense fueron de los más felices de su vida. Es cierto que entre las clases, las prácticas y las horas que debía dedicar al estudio, si no quería perder curso, no le quedaba mucho tiempo libre, pero siempre disfrutaba al máximo del mismo en la compañía de Salva. Además, aunque lamentaba ver menos a su padre, se alegraba de haber reducido sustancialmente sus viajes en tren y, por supuesto, de haber disminuido el número de horas en las que tenía que aguantar a la maravillosa Marga. Por eso, la desgracia la cogió esta vez totalmente desprevenida.
Acababa de llegar a casa y, mientras se comía rápidamente un sándwich antes de volver a la universidad, puso las noticias. Primero, las últimas novedades de la actualidad política del país. A continuación:
“Un joven de 23 años ha fallecido a las 8:45 a.m. al ser arrollado por un convoy de metro en la estación de Alonso Cano, correspondiente a la Línea 7 de Metro, después de que otro joven de 27 años le empujara a las vías, al parecer, sin mediar palabra.
El joven, identificado como Víctor M.G., permanece detenido en dependencias de la Comisaría de Chamberí, según informaron fuentes de la Jefatura Superior de Policía de Madrid. Se baraja la hipótesis de que el chico, que carece de antecedentes, padezca algún tipo de trastorno psicológico…”
“¡Dios mío! ¡Cómo está el mundo! ¡Y encima en mi barrio! ¡Mierda! Llego tarde otra vez”. Y salió disparada hacia la universidad. En ningún momento pensó que el fallecido pudiera ser alguien conocido. Por eso, al llegar a casa por la noche, se extrañó tanto al encontrar en su salón a los dos compañeros de piso de Salva, más pálidos que un cadáver y con evidentes signos de haber estado llorando.
“¿Estáis bien? ¿Ha pasado algo?” “¿Es que no has visto las noticias?” No necesitó mucho más para comprender lo que había sucedido. La habitación comenzó a dar vueltas a su alrededor mientras los dos muchachos le relataban lo ocurrido. Lo último que vio Lucía fue la imagen de Delfín saltando a la vía del tren, sólo que en esta ocasión no había sido su perro el arrollado por un ferrocarril.
Ni todos los psiquiatras y psicólogos del mundo habrían sido capaces de acabar con sus pesadillas, pobladas de crueles trenes asesinos que aniquilaban todo lo que ella había amado alguna vez. Los somníferos, ansiolíticos y antidepresivos no consiguieron erradicar su profundo dolor. Todos y cada uno de los rincones de Madrid y, sobre todo, de su edificio le recordaban sin cesar que Salva ya no estaba allí y que nunca volvería. Habría preferido mil veces ser sustituida por otra mujer, como le había sucedido a su madre, porque al menos así existía la remota posibilidad de volver a estar juntos algún día.

2 comentarios:

PRIMAVERITIS dijo...

jo, tia, te estás pasando... pobre chica.....

Laura dijo...

Tenías razón, no parece que vaya a tener un final muy feliz. Saludos.