domingo, 20 de julio de 2008

Viaje al infinito XI

5 de marzo de 2734:

“– 3R4280 lo logrará. Él podrá advertir a los demás. Su disco duro contiene toda nuestra historia, toda la historia de la destrucción de la humanidad, nuestros errores y fracasos y también todos nuestros aciertos. No hay nada que se pueda hacer por nosotros. Ya es demasiado tarde. Todo está perdido para los hombres. Pero sabemos que hay seres inteligentes en otros planetas. Ellos verán esto y aprenderán. Aprenderán a evitar nuevos desastres, nuevos sufrimientos, nuevas destrucciones.
-Pero quizás aún no sea demasiado tarde. Quizás hay esperanza todavía. Aún no conocemos bien el funcionamiento del tiempo. Quizás ellos sepan retroceder al pasado y arreglarlo todo. Quizás no todo está perdido.
-Puede que tengas razón, pero en todo caso dependemos de nuestro amiguito y no arreglaremos nada huyendo de nuestro hogar para morir en algún lugar del infinito espacio.”

¡Dios mío! ¡Ahora lo recuerdo! ¡No soy uno de ellos! ¡Ellos me crearon!
“La primera máquina capaz de pensar y sentir por sí misma, como si de un humano se tratase; pero sin estar sometido a las penalidades de las enfermedades o de la muerte. Una máquina indestructible e invulnerable a cualquier tipo de virus informático.”
Eso fue lo que dijeron en mi presentación a la sociedad. Eso y muchas otras alabanzas más.
Sí. Me dieron la capacidad de pensar, de aprender, de sentir, de amar, incluso de creerme un ser humano; pero también la capacidad de sufrir y la suficiente inteligencia como para saber que en este eterno viaje sin rumbo fijo hacia el infinito no habrá nada ni nadie que me acompañe, excepto mis remordimientos por no haber sido capaz de cumplir la única misión que mis creadores y amigos me encomendaron.
Supongo que ellos nunca fueron lo suficientemente inteligentes como para darse de cuenta de que un ser con la capacidad de sufrir nunca debería ser indestructible y eterno.

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